Me arrancas la corteza
cada vez que te vas.
Mis lágrimas
te persiguen,
espiando,
cada paso que das,
llenas de sal dormida.
Me dejo caer
llena de vacío,
de pesadez,
en un lecho
de flores secas,
sedientas de vida,
de hálito,
de voz.
Un opiáceo sueño
me embriaga...
me hundo,
más y más profundo,
en la niebla
de mis dolores,
de mis penas,
del desamor,
que, marcado a fuego,
en la salvia,
me dejaste.
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